27 de enero de 2011

¿Me quieres?

Ayer estuve en una conferencia que daba Xavier Oliver, histórico de la publicidad en España que comenzó en BBDO –algo que yo no sabía que era…-. Fue muy sugerente, estimulante, sorprendente –para mí que soy ingeniero civil y no tengo nada que ver con la publicidad y la comunicación- tomé muchas notas y aquí las transcribo por si fueran de vuestro interés.

Comenzó hablando de la evolución del marketing comenzando con el marketing 1.o, en el que se nos vendían cosas que necesitábamos, a las que les dábamos un valor instrumental y a la que, básicamente le preguntábamos ¿qué haces por mí? ¿Para qué me sirves?.

Después llegó el marketing 2.0 en el que se nos vendían –bueno conviene aclarar que dependiendo de las personas, países, los temas …en ocasiones estamos en el 1.0, 2.0, 3.0 que veremos después- cosas que queríamos, que deseábamos, pero que no necesitábamos. En ese momento se apelaba a valores emocionales del producto y le preguntábamos (y, repito, le preguntamos en ocasiones) ¿qué dices de mí?  ¿qué dirán de mí por tenerte, llevarte,…?

Y hemos llegado al marketing 3.0 –quizás mañana estemos en el 4.0 así que escribo rápido este artículo por no quedarme desfasado…-. Somos personas activas, ansiosas, creativas que lo tenemos todo. Ahora el producto no puede ofrecernos valores instrumentales (1.0) ni emocionales (2.0) sino que debe ofrecer (o si quiere “ponernos”) valores centrales, más cercanos a la espiritualidad, a los valores, a la trascendencia. Ahora al producto le preguntamos ¿me quieres? ¿me haces mejor?

Casi nada. Y además manda quien compra y lo deja claro ¿me quieres o no me quieres? ¿No? ¡Pues ahí te quedas¡. Y ¿por qué pasa esto ahora? Dice Xavier que porque somos más libres que nunca. Religión (moral), política (dictadura), tradiciones (la manada) han dejado de condicionarnos. Pasamos de ellas, no nos condicionan, las vemos tan lejos, tan… ¿inservibles?... que las sentimos ajenas a nosotros, porque no tienen nada que ver con nosotros. No nos sentimos partícipes de “eso”.

¿Y qué hacemos?

Nos lo montamos a nuestra manera. Empezamos de cero a construir nuestra identidad porque la que nos venía dada ya no nos sirve.

En la Edad Media (bueno, no tan lejos, en la época de mi abuelo) nuestra identidad estaba perfectamente definida, nuestro papel perfectamente establecido y no había opción de elegir (tu serás… … como tu padre y como fue tu abuelo).

Luego pudimos ya disponer de una identidad más o menos definida en la que, como en los exámenes del cole, teníamos espacios en blanco para rellenar.

Ahora tenemos una hoja en blanco, completamente en blanco para que escribamos lo que queremos ser. Tenemos todo por decidir, todo por elegir. ¡Qué agobio! Elegir, tomar decisiones, yo solo, !con la angustia e incertidumbre que “crea esto de crear”¡ pero para no apurarnos demasiado nos creamos mecanismos de defensa. Dos, muy especialmente: agrupamos decisiones (automatizamos un poco nuestra vida, nos mecanizamos, creamos hábitos,…) y nos autodefendemos quedándonos con lo que nos interesa (le prestamos atención) y “aerodinamizándonos” ante lo que no nos interesa.

Pero seguimos teniendo esa hoja en blanco, con muchos huecos, muchísimos espacios en blanco. ¿Quién nos ayuda a construir nuestra identidad?

Los ideales y las marcas. Eso nos dice Xavier Oliver. Lo de los ideales parece más claro. Así que lo paso.

Pero ¿lo de las marcas? Las marcas ahora nos ayudan a ser… deportistas (Nike, “Just do it”), por ejemplo. 

Por eso nos contaba cómo debemos construir marcas (empresas, servicios, productos, identidades,…-y recalcaba ¡en todos los sectores incluido el de la fabricación de bolsas de basura¡) que influyan en el otro como ser humano, que le ayuden a ser mejor, a ser más sano, a ser más solidario, a ser más ecológico, a ser más…

Y una cosa muy interesante, las empresas, las marcas,… ya no nos engañan. No nos vale con un slogan, un poco de maquillaje. Ahora vemos dentro de la empresa. Y si tiene ideales, si tiene valores que ofrecerme, los detectaré.

Ahora las empresas, marcas, personas,… deben dar y dar para luego recibir y recibir (“cada uno da, lo que recibe; luego recibe lo que da; todo es tan simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma” que canta Jorge Drexler). Deben preguntarse ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Cómo puedo ayudarte (que no lo hagan ya otros, claro)?

Y para ello debe conocer al cliente, pensar que siempre tienen razón, que seguro que estás tu equivocado y que te pones en su piel para mejor ver, sentir lo que necesitan para llenar su hoja blanca. Porque, además, si les conozco, si me meto en sus zapatos, si… .tendré que decirla… si empatizo (palabra que debe aparecer en cualquier artículo o reflexión con aspiraciones de ser moderna) podré darle lo que quiere, ayudarle, cambiarle actitudes, tratarle como se merece, como quiere que le trates, ofrecerle sueños.

Porque las personas 3.o buscan sueños, buscan ideales, buscan razones para vivir y la empresa que no sepa soñar no será capaz de hacer soñar.

¿Sugerente, no? Al menos para mí, ingeniero civil –ingeniero entre los ingenieros, raro entre los raros,…- me ha gustado. Por eso lo comparto. Y porque además, pienso que la alegría que se palpa en #nasf tiene que ver con que estamos compartiendo valores, confianza, ayudándonos a soñar, enseñándonos a soñar, soñando juntos. Y eso tiene futuro. 

8 de enero de 2011

Socrates Siglo IV A.C. - Sócrates Siglo XXI D.C.

SÓCRATES, SIGLO IV AC.

Todo comenzó en Grecia y con un hombre muy especial que hacía
demasiadas preguntas. Concretamente en Atenas, lugar donde por aquel
 entonces nacía una forma de gobierno singular llamada
democracia gracias a la que los atenienses (mujeres y esclavos,
no… eran otros tiempos) para tomar una decisión importante, podían
 exponer sus opiniones antes de votar lo que debía hacerse. Y todo
comenzó, más concretamente de la mano de un preguntón llamado
Sócrates al que le encantaba pasearse por su ciudad natal haciendo
 preguntas a sus paisanos y discutiendo con ellos sus respuestas.

Este buen hombre se hizo famoso por reconocer que en realidad todos
 sus conocimientos eran triviales, útiles para salir del paso, sobrevivir o
 entretenerse pero para poco más y que –éste fue el titular que quedó
 para la posteridad- “yo sólo sé que no se nada” porque consideraba,
no sin razón, que para qué le servía todo lo que sabía si desconocía
 lo más importante: cómo se debía vivir, qué hacer con su propia vida.

Prefería, mientras se sentaba al sol en la ágora, pasar por un ignorante
 absoluto y tomar por grandes sabios a sus interlocutores –cuando
 entonces y dos mil cuatrocientos años después, lo habitual es lo
contrario- y le daba buen resultado pues consideraba que, así, cada día
 sabía más.

Fue conocida su discusión con “el sabio” Calicles al que interpeló sobre
qué era mejor, cometer una injusticia contra otro o padecerla uno mismo.
La respuesta era obvia para el preguntado: es mejor cometer injusticias
 que ser víctima de ellas. Pero Sócrates opinaba lo contrario y pensaba
que si alguien le hacía una fechoría, no por eso él se volvía peor ni
perdía la virtud. Era el otro el que se manchaba. Consideraba que
lo único que estropea nuestra vida son las injusticias y abusos que
cometemos voluntariamente. Todo ello mosqueó profundamente a
Calicles.

Pero no solo a él, sino a muchos otros de los “ciudadanos de bien”
de Atenas que se sentían incómodos con nuestro amigo porque hacía
 dudar de las cosas que siempre se había creído. Porque, entonces y dos
mil cuatrocientos años después, hay gente que está convencida de los
dogmas en que creyeron sus padres y sus abuelos y sus tatarabuelos y
está mal, pero que muy mal, discutirlos y menos cuestionarlos.
Hay que aceptarlos sin más, sin darles más vueltas y enredar como
hacía el bueno de Sócrates.

Hacer preguntas difíciles de contestar y cuestionar lo establecido era
–y sigue siendo- una gran falta de respeto, incluso subersivo. Y, si te
descuidas, te juzgan por ello y, en el peor de los casos, como le ocurrió
al filósofo griego, te matan por ello. En su famoso discurso de defensa
 dijo aquello de que “una vida que no reflexiona ni se examina a sí
misma no merece la pena vivirse”.  

Y es que, eso de preguntarse a sí mismo vale, pero preguntara los demás,
está mal visto. ¿Verdad, Quino?


¿Y esto a qué leches viene? En primer lugar a que leí la historia –Historia 
de la Filosofía sin temblor ni temor; de Fernando Savater- y me gustó y,
en segundo lugar, a que estoy un poco cansado, enfadado más bien,
ante los que, especialmente en estos momentos, nos quejamos de
nuestro destino, echando la culpa a otros, pensando que lo sabemos
todo y que los ignorantes y malos malísimos que nos engañan son
los demás. O lo que es peor, miramos para otro lado, escondiendo la
cabeza bajo tierra para no ver lo que no queremos ver. Y no dedicamos
un solo momento a hacernos preguntas sobre sí mismos.
A pensar qué podemos empezar a hacer para cambiar lo que nos nos
gusta en vez de hacer pucheros.
A soñar.
SÓCRATES, Siglo XXI DC.
Estoy convencido de que Sócrates -siguiendo a P. Saéz y L. Pareras en 
“Capitalismo 2.0. El poder del ciudadano para cambiar el mundo”-
sería hoy un emprendedor social:
Sería alguien molesto por la situación de apatía que le rodea –la
molestia indica que sigues vivo y lleva a la acción y lo que sobran son
 ideas y lo que falta son ganas de ponerlas en marcha-. Estoy seguro
que, de haberlo podido haber hecho, hubiera leído a G.B. Shaw y
hubiera subrayado esa parte que dice que “las personas siempre estamos
acusando a las circunstancias de cómo somos. Yo no creo en las
circunstancias. Las personas que avanzan y crecen día a día en este
mundo son las personas que se levantan por la mañana y buscan las
circunstancias que quieren, pero si no las encuentran, se las crean”.
Sería alguien a quien no le preocuparía el valor económico de sus ideas 
porque  sabría que “cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da”
–Gracias, Jorge Drexler-
Y sería muy poco razonable –y muy incómodo, por algo le dieron ese
 gintonic cargadito de cicuta-. Y ya sabemos la tantas veces repetida
frase de, nuevamente, G.B. Shaw de que "el hombre razonable se adapta
a las condiciones que le rodean mientras que el no razonable adapta su
entorno a él, lo que nos lleva a la conclusión de que el progreso depende
de gente poco razonable".
Sócrates se preguntaba, observaba, experimentaba. Preguntar le permitía 
salirse de las reglas del juego establecidas por el status quo y
considerar nuevas posibilidades. Observar le permitía detectar pequeños
detalles que le sugerían nuevas formas de ver y hacer las cosas. Al
experimentar probaba sin descanso nuevas formas de vivir mejores y
más justas y explorar su mundo.
Por ello, Sócrates hoy, sería alguien a quien, cuando la gente le dijera “no”, 
escucharía “tal vez”, para quién el mundo sería un laboratorio en el que
no quedarse quieto como un mueble sino en el que experimentar
formas de mejorarlo. Me lo imagino preguntándose continuamente
¿Qué pasaría si…? ¿Porqué hago las cosas de esta manera? ¿Qué sentido
tiene que esto sea así?.
Sócrates sería alguien al que le encantaría cuestionar lo establecido –en lo
social, político, cultural, religioso, deportivo (otra religión), televisivo,…-
retando el sentido común y cuestionando lo incuestionable y haciendo
lo imposible (porque, al ser tan ignorante como se creía, no sabría que
era imposible).
Y buscaría rodearse de gente muy diferente (pero también lograría grupos 
muy en su contra) para aprender más, para contaminarse de sus ideas
y puntos de vista, con la que mantener una actitud de
colaboración, transparencia y enriquecimiento mutuo.
Me imagino a Sócrates como a una persona generosa, deseosa de 
compartir su conocimiento y su ignorancia, sus éxitos y sus fracasos,
porque todos son el resultado del esfuerzo y la ilusión de muchas
personas a veces anónimas, le gustaría generar valor más que quedárselo,
generar éxito colectivo más que gloria individual. Y porque además
porque, aunque así se definiera, no era nada tonto y sabría que
 la unión hace la fuerza. 
Me imaginaría a Sócrates...
...  firmando el manifiesto #Nasf (http://nasf.es/manifiesto/) .
   

3 de diciembre de 2010

Marguerite Yourcenar. Les yeux ouverts (Parte II)


Marguerite Yourcenar. Les yeux ouverts (Parte II)
Some say this world of trouble, Is the only one we need, 
But I'm waiting for that morning, When the new world is revealed. 
Lord, how I want to be in that number, When the new world is revealed 
Oh, when the saints go marching in, Oh, when the saints go marching in 
Lord, how I want to be in that number, When the saints go marching in
(http://www.youtube.com/watch?v=wyLjbMBpGDA -en versión Louis Amstrong-)  
(Canción tradicional, New Orleans. Al acompañar el féretro hasta el cementerio, la banda la
 tocaba como canto fúnebre. A la vuelta del entierro, la tocaban al estilo Dixieland, 
alegre, como la hemos conocido. ¿Curioso, no? 
Imaginemos un entierro así aquí, con la banda tocando una alegre canción a la vuelta 
del cementerio…).
 
Cómo nace un libro. La escritura (y cualquier otra actividad) como artesanía

Aunque hable de libros y escritura os animo a que, en la medida de lo posible, 
penséis en vuestro trabajo u otra actividad que hagáis. Me parece que nos hace verlo de otra manera.
El libro nace…
“Cada libro nace de manera particular, como si fuera un, digamos, la semilla de un árbol. 
Una experiencia transplantada en un libro se lleva con ella el musgo, las flores salvajes que esa tierra en la que ha enraizado. Cada pensamiento que hace nacer un libro lleva consigo una serie de circunstancias, todo un conjunto de emociones e ideas que nunca serán iguales en otro libro”.
“A veces nace cómo una especie de deseo de expresar que es misterioso. Porqué se produce 
ese deseo,
yo no lo sé, pero hay situaciones, reflexiones que piden ser escritas, ser dichas, de forma inexplicable.  
“Escribir un esfuerzo, es un trabajo, pero casi como un juego, y una alegría, porque lo esencial, 
no es la escritura sino la visión. Yo he escrito mis libros mentalmente antes de transcribirlos sobre el papel y, a veces, los he olvidado hasta diez años hasta que definitivamente les he dado una forma escrita… … alguna escena la he visto y he pensado: me he dado cuenta que ni tenía el tiempo, ni la ocasión de escribirla en ese momento, ni siquiera ese mes o ese año, puede que se me olvide incluso pero ya veremos…”.
Se trabaja, se pule
“el método de trabajo varía con cada obra en la medida en que cada una es una enigma diferente 
a resolver. Los pintores también lo dicen: cada retrato plantea un nuevo problema. Incluso Rembrandt debía dudar cuando tenía un nuevo modelo que pintar...” “Ves que algunas escenas son demasiado flojas, algunas situaciones demasiado rígidas; apretar aquí, aflojar allá, es una labor de mecánico”
“Intento eliminar lo que no es esencial, de no dejarme llevar por el adorno, como hacía cuando 
era joven. 
En aquella época creía que tenía que redondear cada frase. Ahora, con más edad y experiencia, busco frases más limpias, imágenes más sencillas, sin tratar de ser original a cualquier precio.¿Ser yo sin maquillaje? ¿Guste o no? 
¿con recetas?
Recuerdo que, cuando me fui a vivir a un piso tras varios años en un colegio mayor,
no sabía cocinar ni un pan tostado. Ese verano, mi señora madre me dictó una serie de cinco o seis recetas que mezcladas daban (se me ha olvidado el cálculo de combinaciones pero pongamos que mezclándolas y haciendo diferentes variaciones me salían unas quince o veinte recetas con las que sobrevivir dignamente). Pero, solía ocurrir que cuando teníamos una cena especial en casa –esa chica que habíamos invitado a conocer “a mis amigos del piso”, por ejemplo- los nervios me atenazaban y por mucho que tuviera la receta delante y la hubiera hecho cien veces, justo ese día no la veía clara. Llamaba a casa, a mi madre, y ante mis preguntas concretas ¿cuánto tiempo lo guiso? ¿Cuánta sal le pongo?, ¿y el el horno a qué temperatura? ella me respondía con “lo que tu veas”, “la justa” “lo que te pida”,… peticiones que mi cazuela en marcha, por mucho que ponía la oreja, no me hacía.
Marguerite, preguntada por si para escribir seguía sus recetas responde –debe haber hablado 
con mi madre- “no se releen nunca las recetas. Solamente los malos cocineros consultan su libro de cocina cada cinco minutos –me estoy imaginando a mi Ana, mirando los minutos que dice el manual de la thermomix que hay que tener la verdura cociendo y poniendo el avisador a 14 minutos 35 segundos-, hay que variar; según el humor hay que cambiar, según los ingredientes que, en ese momento haya a mano. El pan (ella hacía su propio pan) nunca sale dos veces igual. En invierno, por ejemplo, hace mucho frío aquí; y le lleva mucho tiempo al pan comenzar a levantarse; como no se sabe si finalmente se hará, hay momentos que recuerdan al de la escritura.
“…Con la versión definitiva de Memorias de Adriano y Opus Nigrum, sentí claramente cuando 
no podía ya cambiar nada, ni añadir una palabra de más a la obra finalmente finalizada. También así la cocinera (o el cocinero, añado yo)  percibe que es el momento justo de apartar del fuego las legumbres”.
 los personajes toman vida propia (mi proyectos, tu enfermo, su hija, los que se fueron)
“todos están presentes, como están presentes todas las personas que amo o me interesan, 
presentes
o pasadas. Te conozco muy poco pero estarás presente cuando te vayas. Creo que nunca renuncio a un ser que he conocido y desde luego nunca olvido a mis personajes. Les veo, les comprendo. Un personaje creado por nosotros no muere nunca, igual que nunca mueren en este sentido nuestros seres queridos”
“Cuando pasas horas y horas con una criatura imaginaria, o que haya vivido antes, no solamente
la inteligencia la mantiene viva, la emoción y el afecto entran en juego… … hacemos callar nuestra mente, escuchamos, y se oye una voz. ¿qué quiere decirme, qué quiere mostrarme, qué quiere enseñarme? Y cuando le escucho bien, ya no me abandona”
No creo en el más allá, ni en el paraíso ni el infierno (de donde probablemente saldría 
churruscadito) pero, es cierto que, Ramón, mi querido abuelo Ricardo, están ahí cuando quiero que estén. Y, cada uno desde su diferente sabiduría y conocimiento, me ayudan a pensar que es lo mejor en cada caso. ¿A vosotros/as, no?
Curiosamente, Marguerite piensa algo parecido: “Parece que todo lo que he querido 
que expresara Adriano, refleja de alguna manera sobre mí. Su lucidez da fuerzas a la lucidez que me falta en ocasiones; en momentos de crisis, me acuerdo de las que el sufrió y superó; su disciplina augusta, su virtus augusta me mantienen y sobre todo me viene muy bien su patientia.       
se depura
Marguerite, por si alguno quiere escribir -aunque, de hecho, todos escribimos aunque
no sean textos literarios- nos da un truquito: “a la tercera o a la cuarta revisión, armada con un lápiz, releo el texto, ya casi acabado, y suprimo todo lo que se puede suprimir, todo lo que me parece inútil. Ahí, triunfo. Escribo al final de la página: he suprimido siete palabras, he suprimido diez palabras,… Estoy feliz, he suprimido lo inútil.
“Cuando siento que he dicho todo lo que quería decir y que lo he dicho también como 
me era posible tengo la versión definitiva. En ese momento, tengo claro que está terminado, que esta finalizado”.
se disfruta
“Entonces experimentas un sentimiento maravilloso –que experimento con otras cosas,
no solamente con los libros-, la satisfacción y la sorpresa de haberlo logrado con éxito, de agotamiento, de haber llegado al final. Supongo que es así lo que siente el deportista cuando llega a la meta, no estando seguro de que si iba a llegar”.
Es cierto que cuando algo te ha costado esfuerzo, le has puesto empeño, has hecho todo
lo que estaba en tus manos y has logrado lo que querías, sientes ese cansancio, mezclado de alegría, de alivio, de bienestar, de paz, ya sea tras correr una maratón, acabar un proyecto, ver que tu hijas han soltado amarras y que tienen sus raíces pero también alas para volar, realizar una complicada operación, acompañar hasta el final a un ser querido. Y en esos, momentos, fugaces pero intensos y profundos sientes algo parecido a la felicidad. Y, curiosamente, esto no ocurre cuando algo te viene dado (bueno si es el bote de la primitiva, sí; y si encima no has comprado número, como es mi caso, más¡).
Según voy reescribiendo lo que he leído veo muchas similitudes entre la escritura y otras 
actividades, incluso, la más general de todas, la vida.
La universalidad de la persona (pese a quien pese)
y los negro espirituals
Yo creía conocer la vida pero fue realmente día que me encontré 
en el anonimato total 
de las grandes ciudades americanas, en una civilización que todavía hoy siento muy diferente a la europea, ya sea en las rutas del sur o Nuevo Méjico o en la región en la que vivo (Maine, al Norte de Nueva York), cuando aprendí un poco de la locura humana y cómo cada uno está obsesionado por sus propias preocupaciones, y cómo, en el fondo, todos nos parecemos. Esa experiencia me fue útil para aprender a ver al otro como un igual.
(A propósito de si está interesada en autores extranjeros) Es mucho decir que alguien es
extranjero para ti, absolutamente extranjero. Pienso en Dickens –me gusta mucho Dickens- y a veces me digo que mi literatura y vida está muy alejada de la suya, ¿pero es así? Hay en su mirada a la pobreza, a la miseria de Londres, muchos detalles que corresponden a lo que entiendo por la caridad. Siempre hay en cada elección algo que no es necesariamente lo esencial del hombre pero que basta para unirnos, emparentarnos, en lo más profundo.     
Marguerite Yourcenar dedicó una parte de su tiempo de trabajo literario a traducir
letras de “negro spirituals”. Cuando leí esto me emocionó porque hubo una época, cuando tras horas de estudio seguía sin entender un pimiento de Mecánica de 2º y la frustración y el desánimo podían conmigo, ponía unos casettes (¡cómo suena esto, eh? ¡prehistórico¡) de The Golden Gate Quartet –quienes popularizaron los “negro spirituals”- y conforme iban pasando las canciones acababa tarareándolas, improvisando una batería y haciendo el coro-berreo a estas cuatro maravillosas voces que formaban el grupo y el buen humor y las energías para volver al ataque volvían. A lo mejor el grupo no os suena pero canciones como “Oh, when the Saints go marchin’n’” seguro que sí. Una de mis preferidas eran Swing Down Chariot y, gracias a youtube he podido recuperarla y verles a esta buena gente cantándola (http://www.youtube.com/watch?v=wyLjbMBpGDA).
A lo largo del siglo VVIII y las primeras décadas del siglo XIX,
los esclavos de los estados del sur, fueron creando un cancionero propio, en un primer momento muy relacionado con los cantos de trabajo de origen africano y siempre tienen una letras muy muy emotivas. Además del contenido religioso, los espirituales constituyen una verdadera crónica de la vida de los oprimidos. Hablan del sufrimiento y de las pruebas que hay que superar, de las luchas por la liberación, de la búsqueda de un hogar... Cuenta Marguerite que “del estudio de estas letras aprendió mucho de la unidad profunda de todas la raza humana (en singular, sin rh del signo que sea –nota del traductor metomentodo-) ante el dolor… .. Los Negros logran expresar con este “idioma” el dolor, la muerte, la piedad, el éxtasis religioso y también los recuerdos lejanos de sus ritos iniciáticos indígenas, mediante los que iban a la montaña solos a buscar a Dios”.
Y nos cuenta cómo ella cree que “ es necesario reaprender a amar la condición humana tal y 
como es, aceptar sus limitaciones y sus peligros, volver a coger las cosas de cero,
 renunciar a los dogmas de partidos, países, clases, religiones, todos intransigentes y, 
por tanto, mortales. Cuando amaso el pan, pienso en las personas que han sembrado el trigo, 
en los especuladores que han hecho subir artificialmente el precio, a los tecnócratas que 
han arruinado la calidad poniéndose el servicio de los grandes intereses. Pienso en las personas 
que no tienen pan, y en aquellos que tienen demasiado, pienso en la tierra y el sol que han hecho 
crecer el trigo y pienso en cómo todos estamos interrelacionados y debemos trabajar juntos. 
Aunque parezca sea imposible, hay que intentarlo”. 
 

Y, para acabar, el feminismo (a ver si salgo de esta con ayuda de Marguerite…)
  
Para que no me critiquen mis amigas –no creo porque estarán de acuerdo-, casi voy
a dejar que sea Marguerite Yourcenar quien diga lo que yo opino:
“Estoy contra todo particularismo de pais, de religión, de cualquier especie. Por lo que no contéis
conmigo para que lo haga con el sexo (género, se dice ahora). Creo que una buena mujer vale tanto con un buen hombre, que una mujer inteligente vale igual que un hombre inteligente. Es simplemente verdad. Si se trata de luchar porque las mujeres, a igualdad de méritos, reciban el mismo salario que un hombre, participaré en esa lucha…
…pero también encuentro lamentable ver a la mujer jugar a dos cartas. Ver, por ejemplo, 
revistas que, para adaptarse a la moda (porque las opiniones son también modas) publican 
artículos feministas supuestamente incendiarios, ofreciéndoles a sus lectoras que las ojean 
distraídamente en la peluquería, el mismo número de fotografías de guapas jovencitas
–o más bien chicas que serán guapas si encarnan el modelo publicitario deseado-. 
… que las feministas acepten este tipo de mujeres objeto me sorprende. Me sorprende q
ue continúen siguiendo de forma gregaria los dictados de la moda, como si la moda y elegancia fueran la misma cosa. Y me sorprende que millones de mujeres acepten, en una total inconsciencia, el suplicio y la tortura sobre animales para probar en ellos futurtos productos cosméticos o su muerte en el hielo para poder lucir vestidos, bolsos o zapatos de pieles.
coches usados o mujeres usadas...

       Que lo compren con el dinero ganado trabajando, con el de su marido o con el de su 
amante no cambia la cosa. El día en que las mujeres hayan conseguido prohibir que una jovencita con aire desafiante fumando empuje a sus lectores o lectoras a fumar cigarros que en la misma página en la que abajo en tres líneas casi ilegibles declaran el tabaco cancerígeno, la causa de las mujeres habrá dado un gran paso.     
En definitiva las mujeres que se quejan de “los hombres” y los hombres que se quejan de “las mujeres” 
me inspiran un inmenso aburrimiento como todos los que se llevan por clichés convencionales. Hay virtudes específicamente “femeninas” que las feministas hacen mal en desdeñar lo que no significa que hayan sido exclusivas de las mujeres: la dulzura, la bondad, la fineza, la delicadeza, virtudes tan importantes que sino las tuviera al menos en una pequeña parte no sería un hombre sino un bruto.  Y hay virtudes llamadas “masculinas” que no significa que todos los hombres las posean: el coraje, la resistencia, la energía física, el dominio de sí mismo,.. y que la mujer que no las tuviera aunque solamente fuera una pequeña parte no sería una mujer sino un paño, por no decir un trapo”
Pienso como ella que me gustaría que estas virtudes complementarias nos hicieran a
todos mejores, hombres o mujeres pero que pretender suprimir las diferencias que existen entre géneros, tan variables e imprecisas como pueden ser las diferencias sociales, me (nos -a Marguerite también-) parecen deplorables como todo lo que empuja al ser humano de nuestro tiempo hacia la uniformidad. 
 
¿Cuándo dejaremos de ver anuncios de servicios sexuales en los periódicos, 
muchos de ellos pretendidamente de izquierdas (pienso en uno de mi ciudad) y otros pretendidamente católicos (y pienso en otro también de mi ciudad)?

acabemos con un bello amanecer en
Mount Desert Island donde vivió y murió Marguerite.

26 de noviembre de 2010

Marguerite Yourcenar. Les yeux ouverts (Parte I)

“Él (jóven Zenon –de Opus Nigrum-) está totalmente seguro de que lo que 
quiere y de lo que no quiere. Vive en él y para él. Rechaza vehementemente lo 
que no le gusta y se cree libre de hacerlo. Pero como lo he dicho alguna otra vez, 
una persona necesita toda su vida para adquirir la libertad que creía poseer a los veinte años”.
M. Yourcenar


Marquerite Yourcenar, una gran mujer (y escritora y lúcida pensadora y…)


Su nombre real era Marguerite Cleenewerck de Crayencour (siendo Yourcenar un 
anagrama de Crayencour). Nació en Bruselas en 1903 y murió en Estados Unidos, 
cerca de la isla de Maine en 1987. Novelista, poetisa, dramaturga y traductora
 francesa (wikipedia dixit - Francia, capital….Bruselas¡)  de familia aristócrata 
fue la primera mujer que entró en la Academia de la Lengua Francesa -antes 
ya había entrado en la Belga.
En el libro, Yourcenar cuenta que hasta los 35 años nunca había visto una
 foto de su madre –que murió tras haber dado a luz a Marguerite- , y que su 
tumba la visitó por primera vez a los 55 años. Fue una niña solitaria y privilegiada 
que fue creciendo en un medio natural, rodeada de animales, de personas
 de servicios, de sus tíos y primos, de su abuela, de los niños del pueblo,
 rodeada toda clase de gente, pero sola. “Pero quizás sea necesario amar 
la soledad para no llegar a estar solo”. Porque aprendiendo a aceptar, a vivir, 
a amar el frío invierno, recogiendo nuestro árbol, podemos disfrutar con más
 alegría de la llegada de la primavera, nuestras hojas y flores y el canto de
 los pájaros al acercarse a ellas.   
Durante mis años de universidad leí sus dos obras más emblemáticas –“Memorias 
de Adriano” y “Opus Nigrum”- y “Archivos del Norte” pero me había olvidado de 
esta mujer hasta que por azar (luego hablamos de la autora y su idea del 
destino o la casualidad) me llamó la atención la foto de la mujer de la 
portada de un libro, una mujer, de sonrisa apacible que miraba al horizonte
 con sus ojos claros que me parecieron de niña. El libro se titulaba 
“Marguerite Yourcenar. Los ojos abiertos” y era una especie de larga
 biografía a modo de entrevista o entrevista a modo de biografía con 
M. Galey, escritor y crítico francés en la casa en la que vivió durante 
cuarenta años y murió, en una pequeña isla, al norte de la coste Este
 de los Estados Unidos.
Mount Desert Island, donde vivió sus últimos años junto a su compañera
Ha sido el libro que me más me ha gustado/impactado desde hacía mucho tiempo. 
Me ha enseñado, me ha hecho reflexionar (y algo he aprendido), me ha entretenido, 
me ha emocionado y, me ha dejado con la pena de no haber podido ser yo quien le 
hubiera hecho esa larga entrevista. Un libro que merece la pena para los que han leído 
obras suyas y para los que no las han leído, porque querrán leerlas.
El libro es riquísimo ya que en sus páginas, a través de las preguntas de Galey 
y las respuestas de Marguerite Yourcenar, se va contando la historia del siglo
 veinte, se repasan sus obras, se debate sobre temas que no han perdido, treinta años
 después, ni un ápice su actualidad. Va desgranando su pensamiento en estas 
conversaciones y largos monólogos, para hablar, entre otras cosas, de su escritura 
y sus autores favoritos, o de la importancia de los protagonistas de sus obras, 
especialmente Adriano (Memorias de Adriano) y Zenón (Opus Nigrum). También
 reflexiona sobre su infancia, el feminismo, el medio ambiente, el amor a los animales, 
la religión y los asuntos espirituales, el racismo, el aborto o la política; sobre 
cómo debería ser la educación de los niños o sobre lo complejo de vivir. Toda una
 lección de vida impartida por esta autora compleja y sin prejuicios y que aseguraba 
que le gustaría morir "con los ojos abiertos".
Por eso, y teniendo razón M. Yourcenar cuando, al hablar de sus lectores dice que
 “cada uno al leer mis libros, se fija en las cosas que se les hacen familiares, cada uno
 detecta  las facetas que reflejan su propia vida” contaré lo que me ha llamado la 
atención, lo que subrayado y las cosas que se me han ocurrido al leerlo.  Sabiendo que,
 si este libro lo hubiera leído hace veinte años o lo leyera dentro de veinte, 
los subrayados serían diferentes. De hecho, a veces releo algún libro y me suelo 
preguntar en qué estaría pensando cuando subrayé una determinada idea, diálogo,… 
pues no me dicen nada ahora.
Debo confesarlo. Soy un maltratador de libros. Por eso, tengo libros que están limpios
 y cuidados y otros que están llenos de subrayados, esquinas de páginas dobladas, 
comentarios al margen, párrafos tachados,… “Marguerite Yourcenar. Les yeux ouverts”
 ha quedado hecho un desastre. De hecho me recuerda un libro que inadvertidamente 
dejé al alcance de mi hija María, dos años por aquel entonces (snif, snif,…), quien
 volcó su energía, creatividad, pasión artística y todo su arsenal de plastidecors 
sobre ese inesperado y atractivo lienzo-.
Pero no os fiéis de mí. Compradlo. A pesar de que lo que leáis escrito por mí no os guste.
 De verdad. “Marquerite Yourcenar. Los ojos abiertos”. Editorial Plataforma (editorial 
que dona el 0,7% de sus beneficios a diferentes ONGs. No es mucho pero yo no 
doy tanto). (Mi amigo, tan amante de la buena vida como de Chuck Norris 
-¡Es como Dr. Jekill y Mr. Hyde¡-, que compre las colecciones completas de cómics 
manga de Monster, Barrio Lejano y La Espada del Inmortal…). No me llevo comisión,
 lo prometo. Leedlo, ¡tratadlo como se merece¡, y si después me/nos contáis
 lo que habéis subrayado, tachado, remarcado,.. Seré feliz de compartirlo.
 
de la educación
Nothing in education is so astonishing as the amount of ignorance it accumulates
 in the form of inert facts (No hay nada más sorprendente en la educación 
como la cantidad de ignorancia que acumula en datos inertes).   
Henry B. Adams
Nadie decidió que no fuera al colegio. En realidad fue una decisión pasiva. 
No era raro en aquella época que los niños (de familias acomodadas) no fueran 
al colegio. Tuve una buena serie de tutoras pero contaban poco. Yo diría incluso 
que no contaban nada. Me enseñaban aritmética, historia de Francia, pero tenía 
la impresión de que aprendía más cuando estaba sola, lo que resultaba cierto.   
Las matemáticas no eran mi fuerte. Encontraba que los problemas eran ridículos: 
¿qué suma de frutas se obtiene cuando se llena una cesta con tres cuartos de 
manzanas, un octavo de melocotones y dos sextos de cualquier otra cosa? Yo no 
veía el problema; me preguntaba porqué habrían organizado la cesta de esa manera,
 por lo que, el problema no tenía solución.
Pienso en la lección sobre tipos de bacterias, virus, bacilos y sus diferentes tipos 
y colores que memorizaba la pobre Paula (10 años) para su examen de “Cono”. 
Y pensaba con fastidio que más de treinta años después, Paula estudia como yo. De memoria.
Muy crítica, como no, con lo que ha resultado ser la democracia (un cheque en 
blanco cada cuatro años), es especialmente crítica con la ignorancia que reina 
actualmente tanto en las democracias como en los regímenes totalitarios. Una
 ignorancia tal que solamente puede ser debida al interés que tiene el sistema 
(o el régimen concreto) en que estemos entretenidos (fútbol, la princesa del pueblo,
 la crónica de sucesos macabros, la crónica rosa fosforito,…) y no pensemos, 
que no interesa (no vaya a ser que nos dé por sublevarnos).
Ante la pregunta de qué es lo que debiera enseñarse en los colegios, responde:
Siempre me ha gustado reflexionar sobre lo que debiera ser la educación 
(no universitaria) yo creo que debiera haber unos estudios de base muy simples,
 que enseñaran a los niños que existe en el seno del universo un planeta en el que
 deberán más adelante gestionar sus recursos, que depende del aire, del agua, 
de todos los seres vivos y que el menor error, la menor violencia puede correr 
el riesgo de destruirlo.
Les enseñaría que los hombres se matan entre sí en guerras que nunca han hecho 
nada más que producir nuevas guerras (el último Premio Nobel de la Paz, el becario 
de Michelle Obama, al recoger el premio justificó la guerra para detener otras guerras;
 lo que Bush II, el Sanguinario –serían sus asesores, pues lo creo incapaz de crear
 semejante contradicción de términos- denominó guerras preventivas) y que 
cada país organiza su historia, falsamente, para halagar su orgullo (¡y contentos 
si no es para crear razones para odiar a otros países!).
Les enseñaría lo suficiente del pasado para que se sientan ligados a los hombres
 y mujeres que les han precedido, para que admiren a los que se lo merecen  
(no por ganar guerras, por conquistar países, por expulsar a “los otros”,…)  
pero sin idolatrarlos…”.
Trataría de que se familiarizaran a la vez con los libros y con las cosas; 
que supieran los nombres de las plantas, reconocieran los animales sin 
obligarles a hacer odiosas vivisecciones impuestas a los niños y adolescentes 
bajo pretexto de la biología; les enseñaría a dar los primeros cuidados médicos 
a los heridos, a ver y cuidar personas enfermas y terminales;
Les daría también nociones simples de moral sin la cual la vida en sociedad 
es imposible, unas nociones que en los colegios ya no se atreven a dar  
(o la dan en forma de preceptos o leyes que, de no cumplirse son pecado 
y, si no se los cuentas a un señor de color negro, rojo o morado, te quemas 
en una hoguera). En materia de religión (ella, católica) no les impondría 
ningún dogma, pero les enseñaría un poco de todas y cada una de las 
grandes religiones del mundo, y sobre todo de aquellas del país en que
 vivan para despertar en ellos el respeto y destruir algunos prejuicios.
Les enseñaría a amar el trabajo cuando el trabajo es útil y a no dejarse
 llevar por la impostura de moda, comenzando por las que les lanza a 
comer dulces más o menos adulterados, preparándoles las caries y las 
diabetes futuras.
Hay formas de hablar a los estudiantes de cosas verdaderamente 
más importantes de las que se les habla”                 
Si tenéis un rato, por favor, ved este video. Os gustará y veréis a 
vuestros hijos y la educación que le queréis dar de otra manera. Creo que 
es el video más interesante que haya visto en youtube. Es divertido, interesante 
y… muy cierto. Dedicadle los quince minutos que requiere. No os arrepentiréis.
http://www.youtube.com/watch?v=1rYVMMkmJJI&feature=related   
(los primeros 24 segundos son publicidad pero bueno…)
http://www.youtube.com/watch?v=6OkKRf4HrUA&feature=related
 

El destino en nuestra vida
 
Cuente Marguerite que Rabindranath Tagore le escribió una carta en la que 
le proponía ir a estudiar a su universidad de Santikinetan, en India. Pero en 
aquella época, en la que ella tenía diecisiete años, una chica no abandonaba 
a su familia para irse a India. Todavía no estaban de moda los autobuses 
de hippies yendo al Nepal, ni las Becas Erasmus (una madre del colegio 
me dijo que ahora las llamaban “Becas Orgasmus” y que su hija no iría 
a estudiar fuera ni de broma…).
Dice que desde entonces siempre ha sido muy sensible al hecho de que 
cada acción, cada decisión (o indecisión, que no deja de ser una decisión 
–seguir igual-), incluso la más pequeña, abre y cierra una puerta. Muchas 
veces se arrepintió de no haber ido. ¿Hubieran ocurrido otras cosas? ¿Habría 
vivido con otras personas? ¿Cómo habría sido su vida? ¿Habría llegado o 
no al mismo punto?
Cuántos encuentros de nuestra vida, cuántas relaciones humanas se surgen 
o pasan de lado simplemente por el hecho de que “se da una moneda o un 
recorte de prensa a cambio de un sello o un periódico, sin conocer de nada 
a esa persona. Hacemos todo de una manera automática, que pudiera ser novelada, 
aunque esto parezca extraño ya que ni pensamos en ello”. Esto lo subrayé 
muy fuerte. Tendré que ver porqué…
Para ella el azar, la casualidad, el destino,… son una constante en su pensamiento 
–y en el mío, ¡¡salvando las distancias entre la profundidad, calidad e inteligencia de 
su pensamiento y el mío-. Cree enormemente “en el papel que el azar, la fortuna,
 la casualidad (no la causalidad) juega en todo. Y por azar entiende el entrecruzamiento
 de eventos producidos por causas muy complejas como para que nosotros podamos 
definirlas o calcularlas, y que, en cualquier caso, no parecen (¡qué prudente soy¡ 
-este comentario es suyo-)… dirigidas por una voluntad exterior a nosotros”
De “Archivos del Norte” -segunda parte de una trilogía familiar en la que se propuso 
evocar el pasado de una familia “contando lo que sabía de la misma y sin inventar 
lo que no sabía” que empieza con su nacimiento y el resto de protagonistas que 
van apareciendo en la novela son sus parientes más próximos (su abuela Noemí, 
interpreta el papel de la villana de la historia, una especie de "bruja malvada") tenía 
subrayado –curioso- que “a las personas no les gusta descubrir cómo depende 
su vida del azar, les avergüenza. Les gustaría tener una vida más o menos 
controlada por ellos mismos; y, si no es por ellos, por sus pasiones, sus amores,
 incluso por sus errores. Les parece más bello e interesante. Pero que haya 
dependido simplemente del autobús que ha cogido…” y en el que estaba 
esa chica que después…
Para ella (y para mí) nada está predestinado ni hay una organización extremadamente 
sabia de la cual nosotros no vemos más que una pequeña parte. Al contrario, 
vivimos en un caos –en el sentido de imprevisión- del cual surgen millones de 
vidas posibles de las cuales con nuestras decisiones o indecisiones vamos 
eligiendo, dibujando, la nuestra. 
“Zenon se mira en un espejo, ve docenas de hombres –es un pequeño espejo 
de varias caras que yo conocía, que había visto en una casa en Lübeck- y 
después se va. Esta imagen es el símbolo de todos los Zenon posibles todavía
 a su edad: tenía cincuenta años”. 
 Y…¿el destino de nuestra vida?
Marguerite estaba convencida de que el destino de nuestra vida era ser útiles. 
Lo cual dicho así parece fácil… o no… no sé. El caso es que, en su caso, 
decía que había escritores útiles y perjudiciales. Éstos últimos eran los que
 escribían deformando o falsificando (incluso inconscientemente) para obtener
 un efecto o un escándalo (y, en definitiva, popularidad y dinerito); si se deja
 llevar y sigue las opiniones de aquellos en los que no cree (para que no se le 
enfaden, no le contraten y se quede sin dinerito).
Un escritor es útil si apela a la lucidez e inteligencia del lector, si trata de que 
piense por si mismo y aprenda a cuestionar sus prejuicios, si le hace ver y sentir
 lo que el lector no habría visto ni sentido sin él. “Si mis libros son leídos y
 llegan a una persona, una sola, y le ayudan de alguna manera, aunque
 solamente sea por un momento, yo me considero útil”.  
Primero ser útiles al hacer lo que hagamos, seamos médicos, seamos, 
profesores, seamos ingenieros -por poner las sencillas-, o seamos padres 
o madres, maridos o mujeres, hijos o amigos –por poner las difíciles-,… 
haciéndolo mejor cada día, de forma honesta. 
“Después tratar de dejar tras nuestro un mundo más limpio, un poco 
más bello de lo que era cuando llegamos, aunque el mundo sea un patio 
trasero o una cocina. Si el pasaje de Souvenir Pieux sobre los elefantes 
masacrados a desanimado a un solo ricachón desocupado de ir a cazar 
elefantes a Africa o a una sola mujer de comprar un complemento de 
marfil, sentiré que haber escrito este libro ha merecido la pena”. 
Y todo ello sin perder la esperanza y la ilusión. Aunque parezca imposible 
(“lo hicieron porque no sabían que era imposible”, cita que nunca he conseguido
 saber dónde la leíe y quién la escribió pero que es un mantra que me recito en 
ocasiones cuando las cosas no van bien), hay que intentarlo. “Lucha como
 si la lucha sirviera para algo, trabaja como si el trabajo sirviera para algo” 
(del poema Bhagavad-Gita, “biblia” del hinduismo, en el que el guerrero Aryuna
  busca respuestas en la divinidad Sri-Krishna).
Me sorprendió por todo los prejuicios, probablemente muchos de ellos justificados,
 que tengo ante la religión y la palabra “santo” (teniendo en cuenta que muchos
 de los así denominados se ganaron su santidad rebanando cabezas de infieles, 
expulsando judíos de sus países, comprando favores en la Santa Sede,… 
no sigo, que me caliento…). Pero dice Marguerite tomando una cita de otro 
escritor francés que “No hay más desgracia, que la de no ser santos”. Ella 
misma reconoce que “la palabra da miedo. Pero ser santos depende de 
nosotros mismos, ya que depende de nosotros mismos ser mejores cada 
día. Estoy firmemente convencida de que el principal objetivo de esta vida
 es ser un poco mejores cada día. No hay otro ni más importante ni más 
trascendental” ni más enriquecedor ni que nos haga más felices.  
Como he estudiado en colegio de curas, bueno, eran hermanos (maristas),
 o sea primos hermanos de los curas, y me han enseñado a aborrecer las 
palabras “religión”, “bondad”, “sacrificio”, “hacer el bien”,… esto me cuesta 
escribirlo porque me parece que les estoy dando la razón. Pero bueno, uno
 se hace mayor y tampoco pasa nada. Quizás no se supieron explicar o yo
 supe o no quise entenderles (o ellos estaban en mi misma situación y tampoco
 se lo habían explicado del todo bien).
Pero es cierto que no hay nada que nos haga más felices, de verdad, en el
 fondo, que dure más que un rato, que “hacer el bien” -echar una mano a 
un compañero de trabajo, ayudar a un amigo en apuros, colaborar con tiempo 
y, si no, con dinero con una organización que trabaja por los más desfavorecidos
 y lo mal que te sientes cuando has hecho justamente lo contrario y superarte 
a ti mismo ya en un nuevo reto en el trabajo, en una relación, en una afición… 

Marguerite lo ponía en boca de Adriano, tras darse cuenta del mal que consciente 
o inconscientemente había hecho y, muy especialmente a su amigo y amante 
Antinous, “Si hubiera sido más listo, hubiera sido feliz hasta la muerte”.
Pero ¿porqué somos tan tontorrones que nos cuesta menos hacer la puñeta 
y poner a caldo a quien se tercie que ayudarle y aceptarle y reconocerle, y, 
por tanto, somos tan infelices?. Un buen amigo y antiguo compañero de trabajo 
me mandó un día un email que decía “!!cuándo no vamos a dar cuenta que 
estamos aquí para hacernos la vida más fácil los unos a los otros¡¡”. 
Si lee, esto, se reconocerá.