8 de enero de 2011

Socrates Siglo IV A.C. - Sócrates Siglo XXI D.C.

SÓCRATES, SIGLO IV AC.

Todo comenzó en Grecia y con un hombre muy especial que hacía
demasiadas preguntas. Concretamente en Atenas, lugar donde por aquel
 entonces nacía una forma de gobierno singular llamada
democracia gracias a la que los atenienses (mujeres y esclavos,
no… eran otros tiempos) para tomar una decisión importante, podían
 exponer sus opiniones antes de votar lo que debía hacerse. Y todo
comenzó, más concretamente de la mano de un preguntón llamado
Sócrates al que le encantaba pasearse por su ciudad natal haciendo
 preguntas a sus paisanos y discutiendo con ellos sus respuestas.

Este buen hombre se hizo famoso por reconocer que en realidad todos
 sus conocimientos eran triviales, útiles para salir del paso, sobrevivir o
 entretenerse pero para poco más y que –éste fue el titular que quedó
 para la posteridad- “yo sólo sé que no se nada” porque consideraba,
no sin razón, que para qué le servía todo lo que sabía si desconocía
 lo más importante: cómo se debía vivir, qué hacer con su propia vida.

Prefería, mientras se sentaba al sol en la ágora, pasar por un ignorante
 absoluto y tomar por grandes sabios a sus interlocutores –cuando
 entonces y dos mil cuatrocientos años después, lo habitual es lo
contrario- y le daba buen resultado pues consideraba que, así, cada día
 sabía más.

Fue conocida su discusión con “el sabio” Calicles al que interpeló sobre
qué era mejor, cometer una injusticia contra otro o padecerla uno mismo.
La respuesta era obvia para el preguntado: es mejor cometer injusticias
 que ser víctima de ellas. Pero Sócrates opinaba lo contrario y pensaba
que si alguien le hacía una fechoría, no por eso él se volvía peor ni
perdía la virtud. Era el otro el que se manchaba. Consideraba que
lo único que estropea nuestra vida son las injusticias y abusos que
cometemos voluntariamente. Todo ello mosqueó profundamente a
Calicles.

Pero no solo a él, sino a muchos otros de los “ciudadanos de bien”
de Atenas que se sentían incómodos con nuestro amigo porque hacía
 dudar de las cosas que siempre se había creído. Porque, entonces y dos
mil cuatrocientos años después, hay gente que está convencida de los
dogmas en que creyeron sus padres y sus abuelos y sus tatarabuelos y
está mal, pero que muy mal, discutirlos y menos cuestionarlos.
Hay que aceptarlos sin más, sin darles más vueltas y enredar como
hacía el bueno de Sócrates.

Hacer preguntas difíciles de contestar y cuestionar lo establecido era
–y sigue siendo- una gran falta de respeto, incluso subersivo. Y, si te
descuidas, te juzgan por ello y, en el peor de los casos, como le ocurrió
al filósofo griego, te matan por ello. En su famoso discurso de defensa
 dijo aquello de que “una vida que no reflexiona ni se examina a sí
misma no merece la pena vivirse”.  

Y es que, eso de preguntarse a sí mismo vale, pero preguntara los demás,
está mal visto. ¿Verdad, Quino?


¿Y esto a qué leches viene? En primer lugar a que leí la historia –Historia 
de la Filosofía sin temblor ni temor; de Fernando Savater- y me gustó y,
en segundo lugar, a que estoy un poco cansado, enfadado más bien,
ante los que, especialmente en estos momentos, nos quejamos de
nuestro destino, echando la culpa a otros, pensando que lo sabemos
todo y que los ignorantes y malos malísimos que nos engañan son
los demás. O lo que es peor, miramos para otro lado, escondiendo la
cabeza bajo tierra para no ver lo que no queremos ver. Y no dedicamos
un solo momento a hacernos preguntas sobre sí mismos.
A pensar qué podemos empezar a hacer para cambiar lo que nos nos
gusta en vez de hacer pucheros.
A soñar.
SÓCRATES, Siglo XXI DC.
Estoy convencido de que Sócrates -siguiendo a P. Saéz y L. Pareras en 
“Capitalismo 2.0. El poder del ciudadano para cambiar el mundo”-
sería hoy un emprendedor social:
Sería alguien molesto por la situación de apatía que le rodea –la
molestia indica que sigues vivo y lleva a la acción y lo que sobran son
 ideas y lo que falta son ganas de ponerlas en marcha-. Estoy seguro
que, de haberlo podido haber hecho, hubiera leído a G.B. Shaw y
hubiera subrayado esa parte que dice que “las personas siempre estamos
acusando a las circunstancias de cómo somos. Yo no creo en las
circunstancias. Las personas que avanzan y crecen día a día en este
mundo son las personas que se levantan por la mañana y buscan las
circunstancias que quieren, pero si no las encuentran, se las crean”.
Sería alguien a quien no le preocuparía el valor económico de sus ideas 
porque  sabría que “cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da”
–Gracias, Jorge Drexler-
Y sería muy poco razonable –y muy incómodo, por algo le dieron ese
 gintonic cargadito de cicuta-. Y ya sabemos la tantas veces repetida
frase de, nuevamente, G.B. Shaw de que "el hombre razonable se adapta
a las condiciones que le rodean mientras que el no razonable adapta su
entorno a él, lo que nos lleva a la conclusión de que el progreso depende
de gente poco razonable".
Sócrates se preguntaba, observaba, experimentaba. Preguntar le permitía 
salirse de las reglas del juego establecidas por el status quo y
considerar nuevas posibilidades. Observar le permitía detectar pequeños
detalles que le sugerían nuevas formas de ver y hacer las cosas. Al
experimentar probaba sin descanso nuevas formas de vivir mejores y
más justas y explorar su mundo.
Por ello, Sócrates hoy, sería alguien a quien, cuando la gente le dijera “no”, 
escucharía “tal vez”, para quién el mundo sería un laboratorio en el que
no quedarse quieto como un mueble sino en el que experimentar
formas de mejorarlo. Me lo imagino preguntándose continuamente
¿Qué pasaría si…? ¿Porqué hago las cosas de esta manera? ¿Qué sentido
tiene que esto sea así?.
Sócrates sería alguien al que le encantaría cuestionar lo establecido –en lo
social, político, cultural, religioso, deportivo (otra religión), televisivo,…-
retando el sentido común y cuestionando lo incuestionable y haciendo
lo imposible (porque, al ser tan ignorante como se creía, no sabría que
era imposible).
Y buscaría rodearse de gente muy diferente (pero también lograría grupos 
muy en su contra) para aprender más, para contaminarse de sus ideas
y puntos de vista, con la que mantener una actitud de
colaboración, transparencia y enriquecimiento mutuo.
Me imagino a Sócrates como a una persona generosa, deseosa de 
compartir su conocimiento y su ignorancia, sus éxitos y sus fracasos,
porque todos son el resultado del esfuerzo y la ilusión de muchas
personas a veces anónimas, le gustaría generar valor más que quedárselo,
generar éxito colectivo más que gloria individual. Y porque además
porque, aunque así se definiera, no era nada tonto y sabría que
 la unión hace la fuerza. 
Me imaginaría a Sócrates...
...  firmando el manifiesto #Nasf (http://nasf.es/manifiesto/) .
   

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